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Estrés, personalidad y riesgo cardíaco

Las enfermedades cardiovasculares y el ataque al corazón son mucho más frecuentes en personas estresadas y con personalidad agresiva o excesivamente competitiva.

El estrés es la respuesta a cualquier exigencia percibida como una amenaza al equilibrio del organismo y que le exige un incremento de su respuesta adaptativa para volver a reestablecer la normalidad o mantenerla; estas exigencias tienen un rango muy amplio y podríamos mencionar las temperaturas extremas, las emociones intensas, un gran esfuerzo físico o mental, la utilización de drogas recreativas o farmacológicas, etc.

El psicólogo Hans Selye fue un investigador pionero en la esfera del estrés y en sus investigaciones de los años cuarenta identificó tres cambios en la fisiología de los animales ante los estímulos que recibían y que los denominó Síndrome de Adaptación General:

1. Aumento del tamaño e hiperactividad de la corteza adrenal;

2. Atrofia de los nódulos del timo y la linfa; y

3. Úlceras gastrointestinales.

También observó que el Síndrome de Adaptación General se presenta en tres fases:

1. Reacción de Alarma: es la respuesta inmediata a un nuevo estímulo y hay una movilización general de los recursos adaptativos del organismo; en esta fase aumenta la producción de hormonas como la adrenalina y el cortisol.


2. Fase de Resistencia: en esta etapa el organismo ya ha optimizado sus recursos adaptativos para el estímulo en cuestión a costa de un gran desgaste y pérdida de capacidad para reaccionar a nuevos estímulos.

3. Fase de Agotamiento: cuando el estrés es intenso y se vuelve crónico, el organismo agota su energía adaptativa y quedamos totalmente expuestos a todo tipo de enfermedades inmunológicas y degenerativas; a esta altura, el sistema cardiovascular ya habrá sido afectado en mayor o menor medida. Para evitar caer en esta trampa para la salud es importante respetar las horas de descanso, disminuir los excesos de actividad física y mental, evitar el sedentarismo y tener una adecuada nutrición.

Los factores causales del estrés o estresores se dividen en físicos, sociales y psicológicos. El ruido, la contaminación, la radiación, los alimentos de mala calidad, son ejemplos de estresores físicos; los conflictos en las relaciones personales (familiares, trabajo...), la pérdida de un ser querido, la situación económica o las convulsiones de un país, son ejemplos de estresores sociales; los estresores psicológicos tienen lugar únicamente dentro de nuestra percepción subjetiva y entre ellos encontramos la ira, el odio, la frustración, la ansiedad, los celos, la autocompasión, entre otros.

Los estresores psicológicos suelen ser más dañinos que las otras variantes de estrés, sobre todo si este es crónico; el desarrollo de la Inteligencia Emocional y Espiritual nos brinda la posibilidad de centrar nuestras emociones y enfrentar con más recursos estas situaciones cuya dimensión percibida es subjetiva y como tal, es una carga que puede aligerarse. Prácticas como el yoga, la meditación, un masaje o la actividad física moderada constituyen herramientas para optimizar nuestra respuesta equilibrada a estas circunstancias.

El Síndrome Adaptativo General permite que el cuerpo humano redirija la energía corporal hacia aquellas funciones estrictamente necesarias para el buen resultado de la lucha o la huida y favorecer las necesidades de supervivencia; simultáneamente, otras funciones menos urgentes son desatendidas momentáneamente.

Todas estas respuestas fisiológicas eran apropiadas en el pasado cuando la supervivencia humana dependía de su respuesta física para huir de la amenaza de un animal o soportar temperaturas extremas, por ejemplo; sin embargo, hoy día, el valor de estas respuestas tienen una utilidad relativamente limitada ya que lo que se percibe como estrés normalmente no requiere un gran desempeño físico para su resolución, sino más bien la respuesta centrada que proviene de un adecuado desarrollo de la inteligencia emocional, social y espiritual.

Cuando esto no sucede y nos encontramos ante personas ambiciosas, competitivas e hiperactivas sin recursos emocionales y espirituales, suelen subir los niveles de tensión arterial, alterar los mecanismos hormonales predisponiéndonos a desórdenes de todo tipo o dejándonos a las puertas de un infarto; la respuesta adecuada proviene de la serenidad, la objetividad para leer la realidad y la intención adecuada.

Pablo de la Iglesia

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Fuente"Corazón Contento" (Ediciones Obelisco)